domingo, 29 de octubre de 2017

1940- EL CICLO DE LOS ROBOTS - Isaac Asimov (2)


(Viene de la entrada anterior)

Esta suerte de sentimiento de superioridad de los robots anticipa desarrollos posteriores en el ciclo. Durante un tiempo, los prejuicios hacia seres más inteligentes que ellos, hace que los humanos prohíban los robots en la Tierra y éstos quedan limitados a funcionar en el espacio –como los futuros replicantes de “¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?”(1968), de Philip K.Dick- hasta que acaban siendo indispensables para ayudar a los humanos en todas sus tareas cotidianas.


Al mismo tiempo, generación tras generación de robots, éstos van haciéndose más inteligentes que los humanos. Previsiblemente, la brecha entre unos y otros va cerrándose y resulta difícil distinguir al ser artificial del que no lo es. De hecho, la tecnología acaba fusionándose con la biología tal y como se nos narra en “Evidencia” (1946), donde el científico Alfred Lanning, director de investigación de la U.S.Robot, explica el potencial para crear androides que sean esencialmente indistinguibles de los humanos: “Utilizando óvulos humanos y control hormonal, es posible hacer crecer carne humana y piel sobre un esqueleto de plástico de silicona porosa capaz de desafiar cualquier examen externo. Los ojos, el pelo, la piel serían realmente humanos, no humanoides. Y si usted inserta en él un cerebro positrónico, así como todos los demás dispositivos que desee, en su interior, tendrá un robot humanoide”. Tal “robot”, por supuesto, es en realidad lo que hoy llamamos un ciborg. Es este otro detalle revelador de la influencia que estos cuentos tendrían en desarrollos posteriores de la CF, como la difuminación de las barreras entre lo humano y lo artificial en el ciberpunk.

Uno de estos ciborgs es precisamente lo que se fabrica en este relato, “Evidencia”, que versa
sobre la dificultad de distinguir un robot de un humano. Debido a su excéntrico y asocial comportamiento, se sospecha que el político de creciente popularidad Stephen Byerly es en realidad un robot humanoide. Cuando se niega a someterse a un examen de rayos X apoyándose en sus derechos civiles, Byerly es intencionadamente empujado a una situación en la que sólo la Primera Ley evitaría que se arrojara agresivamente contra un humano. Cuando al final golpea a un ofensivo provocador durante un mitin, su humanidad parece quedar probada y su carrera política se recupera hasta el punto de que es nombrado el primer Coordinador Mundial, el cargo más alto de la nueva Federación Mundial fundada en 2044. Sin embargo, Susan Calvin continúa sospechando que Byerly es un robot, señalando al final de la historia que aquel provocador bien podría haber sido otro robot humanoide preparado por él mismo. De esta forma, golpearle no habría significado una infracción de la Primera Ley. De hecho, Asimov nunca llega a desvelar claramente si Byerly es humano o robot.

Byerly reaparece en uno de los últimos relatos, “Conflicto Evitable” (1950), en el que pide
consejo a una ya anciana Susan Calvin acerca de otro aparente mal funcionamiento de una entidad artificial. Los robots siguen estando prohibidos en la Tierra, pero no así los potentes ordenadores (“Las Máquinas”, les llaman) de enésima generación, encargados de planificar la economía mundial: la asignación de recursos, la construcción de infraestructuras, el establecimiento de las cuotas de producción… De manera silenciosa pero irremediable, el hombre, tal y como apunta la sagaz Calvin, ha perdido el control sobre su destino. Puede que mantenga la ilusión de conservarlo, pero en realidad son los ordenadores los que, con una flexible interpretación de las Tres Leyes, decidirán lo que es mejor para sus creadores, un mundo que no necesariamente ha de ser una utopía para que el hombre alcance su máximo potencial. Efectivamente, Calvin deduce que las Máquinas cometen deliberadamente errores como parte de un complejo plan para desacreditar los movimientos anti-robot de la Tierra. Habiéndose dado cuenta de que ahora son indispensables para el bienestar de la especie humana, las Máquinas, impulsadas por la Primera Ley, son capaces de ignorar órdenes directas procedentes de humanos (e incluso dañar levemente a aquellos que se les opongan) con el fin de protegerse ellas mismas y, consecuentemente, al grueso de la Humanidad.

No parece haber, sin embargo, nada siniestro en la forma en que las Máquinas superan su programación original. Después de todo, las Leyes de la Robótica permanecen intactas y aunque las inteligencias artificiales las interpretan de forma muy creativa (anticipando las Mentes de la muy posterior saga de la Cultura de Iain M.Banks) ello es siempre en aras de proteger el bienestar colectivo del hombre. Es más, Calvin recuerda a Byerly –comprensiblemente alarmado por las deducciones de la robopsicológa- que esta situación no es nueva en la Historia humana y que nunca hemos tenido un auténtico control sobre nuestro futuro: “(El Hombre) estuvo siempre a la merced de unas fuerzas económicas y sociológicas que no entendía, de los caprichos del clima y de los azares de la guerra. Ahora las Máquinas las entienden y nadie puede detenerlas, ya que las máquinas los dominarían como dominan la Sociedad…,poseyendo, como poseen, las armas más fuertes a su disposición, el absoluto control de nuestra economía.

Aunque Asimov, tanto en sus ficciones como en sus ensayos, era consciente de que la gente podía resistirse equivocadamente a los beneficios del liberalismo y la racionalidad, confiaba en que había pocos problemas que éstos no pudieran resolver. De ahí que en el Ciclo de los Robots procediera a la demolición de ese “Complejo de Frankenstein” del que hablaba más arriba,
culminándolo con la visión de un mundo gobernado con benevolencia por máquinas inteligentes regidas por la razón pura e inmunes al favoritismo, la corrupción o la codicia personal.

Esta historia (que es, además, la que cerraba “Yo, Robot”) es un ejemplo clásico del optimismo tecnológico de la ciencia ficción literaria de los cincuenta. Pero, al mismo tiempo también se muestra pesimista respecto a la capacidad del ser humano a la hora de gestionar sus asuntos. La Humanidad, por tanto, necesita de un agente externo, las Máquinas, si quiere sobrevivir a los problemas que surgirán en el futuro. Cuando se publicó este relato, las ansiedades derivadas de la Guerra Fría estaban alcanzando su cénit a raíz de la primera detonación nuclear efectuada por los soviéticos en 1949. Las preocupaciones de Asimov, por tanto, eran las mismas de tantos de sus contemporáneos. Hasta cierto punto, se trata de una reacción liberal a dicha angustia, muy en la línea de otro clásico del género, la película “Ultimátum a la Tierra”, que apareció en 1951 y en el que se sugería que la solución
podría pasar por ceder nuestra autonomía a una inteligencia alienígena. Con todo, la idea que plantea Asimov de unas máquinas que controlan y gobiernan a los humanos sin que éstos sean conscientes de ello deja abiertos dilemas éticos que el escritor deja sin abordar.

De hecho, estos relatos se centran tanto en elaborar y explorar las posibilidades de las Tres Leyes que no dejan espacio para desarrollar otros temas con cierto detalle. Se alude repetidamente a los prejuicios antirrobot, pero su potencial alegórico para el racismo, se queda cojo y sólo se trataría con más detalle en las posteriores novelas del Ciclo. Otras posibilidades, como las de utilizar a los robots para examinar cuestiones relacionadas con las clases sociales o el género también quedan aparcadas.

Tras una larga ausencia de la ciencia ficción, Asimov volvió a los robots con un par de relatos en los que, ahora sí, se exploran con más complejidad esos temas sólo apuntados en sus cuentos de los cincuenta. Es el caso de “Para que de él tengas memoria” (1974), cuya acción transcurre más de un siglo después de la muerte de Susan Calvin. Los prejuicios contra los robots no han disminuido en la Tierra y la US Robots se enfrenta a su expropiación por el gobierno primero y progresiva disolución después. Keith
Harriman, responsable de investigación, decide poner en manos de un robot la búsqueda de la solución. Quizá una mente no humana pueda comprender cuál es la fuente del prejuicio. Así, George Nueve aprende todo lo que hay que saber acerca del ser humano y proporciona una salida que garantiza la continuidad de la empresa modificando el aspecto y naturaleza de los robots. Al mismo tiempo, sin embargo, Harriman ha sembrado en la mente de los robots humanoides la semilla de una futura tiranía robótica. Este es uno de esos relatos pesimistas sobre robots en los que éstos se hacen con el control del mundo y del hombre. La sensibilidad y expectativas de Asimov, sin duda, habían cambiado.

Tras muchas décadas en las que la CF se sirvió de los robots como mero instrumento para
explorar lo que nos hace humanos, Asimov escribió la que él mismo consideró su historia preferida sobre el tema y ganadora del Premio Hugo: “El Hombre Bicentenario” (1976), sobre un robot que, literalmente, se convierte en un ser humano. Andrew Martin comienza su andadura como una criatura de metal con un cerebro positrónico limitado por las Tres Leyes. Un defecto en su programación le otorga creatividad (defecto eliminado por los ingenieros en posteriores robots) y en el curso de su vida acumula tanto dinero gracias a los royalties derivados de sus obras de arte que primero puede comprar su libertad y luego hacer que las partes metálicas de su cuerpo vayan sustituyéndose por otras orgánicas. Pero cuando solicita a las autoridades que se le reconozca legalmente como un ser humano, la opinión pública lo veta a pesar de sus muchos méritos. Finalmente, encarga a un cirujano una última operación: “Hace décadas, mi cerebro positrónico fue conectado a nervios orgánicos. Ahora una última operación ha reorganizado esas conexiones de tal modo que lentamente mis sendas pierdan potencial”. Al morir, el robot se gana el favor popular y en su 200 cumpleaños es declarado humano para morir a continuación. Al asumir la debilidad suprema de los humanos, la muerte, Andrew neutraliza el miedo que éstos sentían hacia él. Personajes con anhelos similares a los de Andrew los encontramos en muchas otras obras de CF. El androide Data, de “Star Trek: La Nueva Generación”, por ejemplo, ansía convertirse en humano, todo un desafío para el que, esta vez sí, recibe ayuda de sus compañeros de la Enterprise.

Estos últimos relatos y las novelas que algo después escribió Asimov, “Los Robots del Amanecer” y “Robots e Imperio” muestran ya una versión más desengañada, sugiriendo que quizá el hombre, cautivo de su violencia e irracionalidad, necesite para su supervivencia que sus antiguos siervos mecánicos se conviertan en sus guardianes.

Todos los cuentos mencionados están incluidos en “El Robot Completo”, que contiene en total treinta y un relatos de variada temática y calidad. En “El Mejor Amigo del Niño” (1975), Asimov se pregunta si un robot con forma de animal puede sustituir a un auténtico can como mascota infantil, especialmente en un entorno hostil como una colonia en la Luna. Si el robot es lo
suficientemente sofisticado, ¿qué diferencia sustancial hay entre ambos seres en la mente de un niño? En “Sally” (1953) los robots todavía no han evolucionado hacia la forma humana. Jake, un humano, es propietario de una granja en la que cuida de coches automáticos ya jubilados por obsoletos. Se trata de automóviles que pueden funcionar solos gracias a su cerebro positrónico: saben encontrar su destino, no necesitan conductor y desarrollan sus propias personalidades. Lo que empieza como una historia de amor entre un hombre y sus coches inteligentes acaba deslizándose hacia la tragedia, advirtiendo de lo que podría pasar si las máquinas se rebelaran contra los hombres. Lo que son básicamente unos seres pacíficos y amistosos, los coches inteligentes, se transforman debido a la codicia y agresividad humanas en posibles competidores por el puesto de especie dominante del planeta: “Hay millones de automatóviles en la Tierra, decenas de millones. Si se enraíza en ellos el pensamiento de que son esclavos, que deberían hacer algo al respecto…

En “Algún Día” (1956), dos niños manipulan un Bardo robótico contador de historias. En ese futuro, la escritura y la notación numérica han caído en el olvido y, dado que las máquinas obedecen órdenes verbales y se expresan de la misma forma, los muchachos son incapaces de
imaginar la utilidad de esos engorrosos garabatos. Es un escenario, hoy lo sabemos, altamente improbable pero que entonces sirvió para articular el miedo de que el avance tecnológico acabara arrollando al mundo de las Humanidades. Un miedo que se hace patente sobre todo al final, cuando el Bardo reflexiona sobre el conocimiento –y el poder asociado al mismo- que los ordenadores están acumulando en relación a sus cada vez más estúpidos creadores. »Un día, el pequeño ordenador se enteró de que en el mundo existían muchos ordenadores de tipos distintos, muchísimos. Algunos eran Narradores como él, pero otros dirigían fábricas y algunos se ocupaban de granjas enteras. Algunos organizaban a la población y otros analizaban todo tipo de datos. Había muchos que eran muy poderosos y muy sabios, mucho más poderosos y sabios que las personas que tanta crueldad mostraban para con el pequeño ordenador. Y el pequeño ordenador supo que las computadoras serían cada vez más poderosas y más sabias, hasta que algún día… algún día… algún día…» ¿Alguien dijo Skynet? ¿O Matrix?

Hoy miles de personas recurren a páginas web de contactos para encontrar su pareja ideal. Los ordenadores analizan características, biografías, preferencias… y ofrecen opciones potencialmente compatibles. Esto es lo que en “Amor Verdadero” (1977) hace Milton, el científico protagonista, con su ordenador, Joe (que narra la historia en primera persona). Eso sí, contraviniendo las leyes en vigor. Finalmente y tras diversas pruebas y errores, ambos, humano y máquina, encuentran a la elegida. Una vez más, Asimov nos advierte del peligro potencial de confiar demasiado en las máquinas.

Un tono más humorístico tiene “Victoria Accidental” (1942), en el que tres robots exploradores-diplomáticos viajan desde la luna joviana de Ganímedes a la superficie del gran planeta para establecer contacto directo con la belicosa civilización que allí habita y cuyos planes incluyen la conquista de todo el sistema de Júpiter (ignoran que haya otros planetas más allá) y la destrucción de los humanos que ya se han asentado en la antedicha luna. Sin pretenderlo, estos tres humildes pero inmensamente resistentes robots ganaran la guerra antes incluso de haberla empezado.

“Rimas de Luz” (1973) y “Segregacionista” (1967) son cuentos acerca de los prejuicios. El
protagonista del primero es un robot que debido a una imperfección en su cerebro positrónico desarrolla genio artístico sólo para encontrar que las mentes consideradas diferentes sufren a menudo incomprensión y desprecio. El segundo cuento está ambientado en la sala de espera de un hospital a la que llega un paciente acaudalado que debe decidir qué corazón elegir para un trasplante: uno metálico u otro de fibra orgánica. En una sociedad en la que los robots han alcanzado pleno status legal, los trasplantes de órganos sintéticos crean una especie híbrida, los ciborgs.

La versión primitiva de otro tema de actualidad, el proceso de la información, se toca en “Esclavo de galeras” (1957): A pesar de que la iniciativa suscita rechazo, la U.S.Robots intenta que la universidad se implique en el uso de robots ofreciéndole uno especializado que trabaja exclusivamente con su cerebro positrónico. Tras un incidente, se celebra un juicio que deberá determinar si el robot es seguro o no. De ello dependerá el futuro de estas máquinas en la Tierra. La pregunta que se plantea es tan sencilla como profunda: ¿resulta aconsejable dejar en manos de una máquina una actividad intelectual tan delicada como es la revisión e interpretación de información?

Este último relato es una muestra del interés que alberga el núcleo de todos ellos más allá de su fachada externa. La tecnología que someramente describe Asimov en ellos ha quedado escandalosamente obsoleta: ordenadores que funcionan con tarjetas perforadas, ausencia total
de digitalización (los robots “escanean” las páginas, pero no existen formatos digitales) o miniaturización; ni siquiera existía aún el concepto de electrónica (el microchip aún estaba lejano y salvo el misterioso cerebro positrónico, todo funcionaba a base de bujías y válvulas); tampoco las famosas Tres Leyes han servido para hacer avanzar realmente la robótica y su papel ha sido más bien el de generadoras de ficciones. Pero la sustancia subyacente al caduco escaparate tecnológico, los temas que se abordan, el aspecto humano, la preocupación por nuestro lugar frente a las máquinas y viceversa, los nuevos dilemas éticos que plantea la tecnología…. Todo eso ya está ahí presente.

Varios de los relatos, inevitablemente, se contagiaron del espíritu de la Guerra Fría, como “Reunámonos” (1956), en el que el clima de tensión entre bloques geopolíticos se proyectaba al futuro, habiendo ambos bandos logrado importantes desarrollos tecnológicos. Un grupo de robots humanoides, casi indistinguibles de los humanos, viajan a los Estados Unidos preparados para detonarse y causar una gran destrucción. En “El Incidente del Tricentenario” (1976) se plantea una inquietante posibilidad en forma de thriller al estilo de “Siete Días de Mayo” o “El Mensajero del Miedo”: ¿podría un sosias del presidente urdir una conspiración para asesinar a su contrapartida humana y ocupar su puesto?

La psicología juega un papel importante en bastantes de los cuentos, como en “Embustero” (1941), donde un robot telépata, tratando de no infringir la Primera Ley en su vertiente
emocional, acaba creando un torbellino de envidias e intrigas en los humanos que le rodean; o en “Satisfacción Garantizada” (1951), donde Susan Calvin se enfrenta al desafío de integrar los robots en los hogares y las ciudades de todo el mundo. ¿Puede un robot sustituir, por ejemplo, a un marido en el plano emocional? (tema sobre el que volvería más extensamente en la novela “Los Robots del Amanecer”). ¿Y a un hijo, como se expone en “Lenny” (1957)?. Pero también la psicología de los robots. “Sueños de Robot” (1986), cuenta cómo la doctora Calvin ha de enfrentarse a un robot que sueña, tal es el grado de inesperada complejidad que ha alcanzado su cerebro positrónico. El problema es que esa franja “inconsciente” e involuntaria de su cerebro sueña sólo teniendo en cuenta la Tercera Ley, aquélla que impulsa a los robots a preservar su existencia, descartando la Primera y la Segunda. En definitiva, sueña con la libertad, con la autonomía respecto a los humanos, con escapar de la esclavitud y de unos trabajos extraordinariamente peligrosos…

Y, por fin, en “¡Fuga!” (1945), un “cerebro electrónico” construye una nave que permitirá viajar por el hiperespacio cubriendo enormes distancias. No sólo se dan cita en este cuento Susan Calvin, Powell y Donovan, sino que se descubre la tecnología que permitirá la formación de un futuro Imperio Galáctico, el de la Fundación.

De todos es sabido que Asimov no era un gran escritor desde el punto de vista estrictamente literario. Tenía una prosa poco elaborada, casi juvenil, y su obra de ficción se apoyaba más en
las ideas y el desarrollo de las mismas que en la belleza de estilo. Sin embargo, esos defectos quedan parcialmente ocultos en un formato breve como es el del cuento. Las historias de robots de Asimov son relatos lúcidos, directos y sencillos en la forma pero más profundos de lo que puede parecer en su fondo, que establecieron su reputación como gran escritor del género. En los días en los que la ciencia ficción era escrita y leída como una literatura de ideas y no de estilo, no se podían encontrar muchos nombres mejores que el de Asimov. Ideas no le faltaban y era muy capaz de exponerlas no sólo con agilidad y claridad para todo tipo de lectores sino, además, hacerlo de forma condensada en un puñado de páginas. Puede que en nuestro mundo hipertecnificado encontremos bastantes detalles caducos en estos relatos, pero aun así siguen siendo historias muy disfrutables que, además, ejercieron una influencia fundamental en otros autores. En el último medio siglo, apenas pueden citarse ejemplos de robots en la literatura, la televisión o el cine que escapen de la sombra proyectada por Asimov.

En concreto, “Yo, Robot” se convirtió en un texto fundacional dentro de la CF. Hizo historia al redefinir para siempre la forma en que tanto los autores como los científicos concebirían los robots y la inteligencia artificial. Además, sus personajes humanos, aunque no particularmente carismáticos, sí resultan inspiradores en cuanto a que utilizan la inteligencia, el ingenio y la lógica en vez de la violencia a la hora de enfrentarse a problemas y obstáculos. Ese acento en las soluciones meditadas y no violentas combinada con un genuino sentido de lo maravilloso hacen de esa compilación una obra ideal para lectores jóvenes.



(Continúa en la siguiente entrada)

1 comentario:

  1. Muy buenas entradas, estoy de acuerdo en que son historias muy entretenidas y que hacen reflexionar. Totalmente recomendables!

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