jueves, 4 de mayo de 2017

2008- WALL-E – Andrew Stanton


La crítica social no suele ser algo que acuda a la mente cuando uno empieza a repasar la lista de películas infantiles que ha visto a lo largo de los años. Como sucede en todo tipo de cine, el infantil refleja las tendencias y puntos de vista de su propio tiempo. No hay más que ver el cambio que han ido experimentando las “princesas Disney” a lo largo de las décadas, desde Blancanieves (1937) hasta “Brave” (2012), por ejemplo, para comprobar la evolución que la sociedad ha experimentado en lo que respecta a la figura de la mujer y su rol en la sociedad.

Pero normalmente y al margen de ser un obvio e inevitable reflejo de su época, estas historias infantiles se limitan a ofrecer moralejas fácilmente previsibles y articuladas de forma muy sencilla. No creo que pueda encontrársele a una película como “Buscando a Nemo” un mensaje más profundo que el de que un “pez” con una minusvalía es tan válido como otro cualquiera. Eso es precisamente lo que diferencia al “cine infantil” del “cine familiar”. A pesar de que los estudios aplican con generosidad esta última etiqueta en aras de ampliar su audiencia potencial, en realidad lo que normalmente se esconde tras ellas son películas infantiles. El cine familiar debería ser igualmente disfrutable por espectadores de edades muy dispares y contener mensajes que todos pudieran entender, pero con un subtexto identificable y disfrutable sólo por los adultos y que, además, no estorbara a los niños. “Wall-E” encaja perfectamente en esa categoría.



“Wall-E” fue la novena película de animación de Pixar tras una serie de enormes éxitos de taquilla iniciada por “Toy Story” (1995). Fue al terminar ésta cuando el equipo creativo del estudio organizó una comida durante la cual se propusieron ideas que derivarían en “Bichos” (1998), “Monstruos, S.A.” (2001), “Buscando a Nemo” (2003) y la que ahora nos ocupa, “Wall-E”. Andrew Stanton, quien junto a John Lasseter, Pete Docter y Joe Ranft formaba el grupo de animadores fundador de Pixar, fue quien se ocupó de dirigirla (y escribirla junto a Docter y Jim Reardon) tras haberse responsabilizado de “Buscando a Nemo”, considerada como la más famosa de la filmografía del estudio hasta ese momento.

En el siglo XXIX, la Humanidad hace ya setecientos años que abandonó la Tierra, convertida por ella misma en un enorme vertedero tóxico. Wall-E (acrónimo de Waste Allocation Load Lifter Earth-Class, algo así como Cargador, Levantador y Distribuidor de Basura Clase Terrestre) es el último robot operativo de aquellos que fueron dejados en el planeta para recoger y compactar las montañas
de basura como parte del programa de limpieza organizado por los oligarcas corporativos de BnL (Buy n Large, algo así como Compra a lo Grande). Mientras los robots reparan la Tierra, los humanos viven generación tras generación en un crucero espacial de lujo fletado por la compañía.

Wall-E ha desarrollado inteligencia pero, con ella y además de cierto comportamiento excéntrico, viene la soledad. Anhela tener algún compañero algo más sofisticado que la cariñosa cucaracha que no se separa de él. Se sienta en el container que ha convertido en su hogar, colecciona extraños artículos y utiliza un reproductor de vídeo para ver maltrechas copias de viejas películas musicales.

Un día, llega una nave y de ella sale un pequeño e inteligente robot moderno. A escondidas,
Wall-E lo sigue mientras explora las grandes extensiones urbanas cubiertas de basura. Es, evidentemente, una sonda automática enviada por los ausentes humanos para determinar si el planeta vuelve a ser habitable. El robot recién llegado, de género “femenino” –su diseño curvilíneo contrasta con el tosco cubo que es Wall-E- y con el muy adecuado nombre de EVA acaba entrando en contacto con el protagonista y, no sin dificultades, ambos se hacen amigos. Por primera vez en siglos, el pequeño robot basurero ha encontrado alguien con quien compartir su existencia e intereses. Pero cuando le enseña una pequeña planta que ha encontrado, EVA la guarda en su interior y entra en una especie de trance. Su directriz principal toma el control de la programación y transforma a la robot en un contenedor seguro e inmóvil para esa prueba de vida, a la espera de que vuelvan a buscarla. Wall-E, que se había enamorado de ella, vuelve a quedarse solo y todavía más desconsolado que antes. Todo lo que intenta para sacarla de la parálisis fracasa y cuando su nave regresa para llevársela, Wall-E la sigue aferrándose al fuselaje exterior.

La nave se reúne con el crucero Axiom, a bordo del cual viven muchos humanos cuyos cuerpos se han atrofiado debido al sobrepeso, ya que pasan todo su tiempo sobre unas plataformas flotantes y los robots les sirven de criados y realizan todo el trabajo de abordo. La planta que ha recogido EVA es la prueba de que la vida puede volver a prosperar en la Tierra y que es hora de que la especie humana regrese a su hogar original. Sin embargo, sus planes se verán obstaculizados por el ordenador de a bordo, AUTO, cuyas órdenes son las de mantener a la humanidad en el espacio por su propia seguridad. Cuando Wall-E encuentra y reactiva a EVA, AUTO los clasifica como fugitivos y lanza contra ellos todos sus recursos.

Wall-E es una variación del modelo de robot adorable que ya se había podido ver en películas como “Star Wars” (recordemos a R2D2) o series de televisión como “Doctor Who” (el robot K9 de la etapa de Tom Baker) o “Perdidos en el Espacio”. Precisamente, el diseño del robot basurero recuerda bastante al del “nº 5” de “Cortocircuito” (1986) –aunque el propio Stanton lo negó, mencionando en cambio a Luxo (el logo del estudio), R2D2 y un par de binoculares-, incorporando elementos de otros films como “El Gigante de Hierro” (1999) o “Robots” (2005). La historia de amor con robots en uno o ambos extremos de la
relación tampoco es exactamente nueva, habiéndose podido ver, por ejemplo, en “Heartbeeps” (1981), “Sueños Eléctricos” (1984) o “Fabricando al Hombre Perfecto” (1987).

Pero Wall-E tiene un encanto y carisma que supera a los de todos sus predecesores en el campo de la robótica antropomorfa (quizá con excepción de R2D2). Gracias a esas grandes lentes oculares increíblemente expresivas y llenas de vida y una graciosa torpeza (una combinación mecánica de E.T. y Charles Chaplin), Wall-E despierta la simpatía del espectador desde la primera escena. Hay algo hermosamente triste y melancólico en su deambular cotidiano por las ruinas del mundo humano: compacta la basura,
recolecta objetos que le llaman la atención para su colección particular y luego los ordena cuidadosamente tratando de averiguar su propósito original, trata con amabilidad a la cucaracha que ha adoptado como mascota para aliviar su soledad y finaliza el día recogiendo sus extremidades y colocándose en un rincón para pasar la noche. No se dice ni una sola palabra, pero esa secuencia nos ha dejado claro quién y cómo es Wall-E: responsable, ordenado, curioso y sensible. El pequeño robot emprenderá un arriesgado y emocionante viaje personal que demostrará que, a pesar de ser un modelo obsoleto y baqueteado por el trabajo duro y el clima, es capaz de grandes actos de generosidad y amor. Lo perfecto de su diseño y el acierto con el que desarrollado el personaje es lo que hace que el final (ATENCIÓN: SPOILER), cuando su memoria resulta aparentemente borrada, resulte tan triste. Hemos aprendido a amar a ese pequeño ser que, aunque artificial, rebosa de la mejor humanidad. (FIN SPOILER).

Si “Wall-E” no fue el mejor film de Pixar hasta la fecha, desde luego sí está entre los tres mejores. Y una parte importantísima de su mérito –y su encanto- hay que atribuirlo al hecho de que más de la mitad del metraje carezca de diálogo: toda la narración de la primera parte se sustenta en la imagen y el sonido. De hecho, es el énfasis en los gags visuales en lugar de los basados en el diálogo por lo que “Wall-E” puede ser interpretado como un equivalente moderno a las comedias mudas de Buster Keaton o Charles Chaplin.

Solo que en este caso y a diferencia de aquellos viejos cortos, sí hay sonido. Es más,
prácticamente todo lo que se escucha son sonidos, que no palabras: los dos robots protagonistas se comunican con su propio lenguaje y aunque la mayor parte es ininteligible (se distinguen algunos vocablos pasados por un filtro electrónico) el espectador no tendrá dificultad para entender qué quieren decir gracias al tono, timbre y entonación de los beeps que emiten.

El responsable de ese “milagro” es nada más y nada menos que Ben Burtt, el legendario especialista que ganó un Oscar por diseñar los efectos de sonido de la saga clásica de “Star Wars” (incluidos, claro está, los inolvidables beeps de R2D2) y que está considerado como un
maestro indiscutible en su campo. Sobre él recayó buena parte de la responsabilidad de dotar de personalidades diferenciadas a los muchos robots que aparecen en pantalla (por no hablar de los innumerables sonidos, tecnológicos o no, que contiene la película). Un desafío enorme del que no sólo sale airoso sino triunfante, demostrando que está en perfecto estado de forma. La cantidad, variedad y originalidad de los sonidos que pueden escucharse a lo largo de la narración es maravillosa y probablemente él hubiera debido ser el ganador de los dos Oscar a la mejor Edición de Sonido y la Mejor Mezcla de Sonido a los que estuvo nominado (perdió frente a “El Caballero Oscuro” y “Slumdog Millionaire” respectivamente).

La película ofrece un despliegue visual, tanto en variedad como en calidad, tan asombroso como
el sonoro. En este sentido, resultan especialmente cómicas –al tiempo que conmovedoras- las escenas del pobre Wall-E cortejando a EVA: sus dubitativos intentos de cogerle la mano, su desesperación cuando ella entra en modo stand-by sin que él sepa qué hacer y protegiéndola de las inclemencias atmosféricas… Hay un momento especialmente mágico a mitad de metraje en el que los dos bailan abrazados por el vacío espacial, en el exterior de la nave, impulsados por un extintor de incendios (y ello aunque los animadores decidan imprimir a los robots unos giros claramente imposibles). Las bufonadas que tienen lugar dentro de la nave puede que se alarguen un poco más de lo debido, pero al menos ofrecen un humor sano y lleno de encanto. Como suele ser habitual en los films de Pixar, los personajes secundarios roban frecuentemente el protagonismo a los titulares –como la cucaracha de Wall-E y el pequeño bot limpiador que no para de refunfuñar mientras limpia continuamente el rastro de porquería terrestre que van dejando las cadenas tractoras de Wall-E. Y también como es norma en Pixar, la calidad de la animación es exquisita en todos los aspectos, desde los movimientos a la expresión “corporal”, pasando por la iluminación, la renderización y el detalle de los fondos.

El film contiene un mensaje ecologista que, aunque evidente, no resulta cargante. Heredero de las películas de apocalipsis ecológicas de los años setenta, dicho mensaje está colocado en la
historia de fondo y adecuadamente expuesto sin necesidad de verbalizarlo ni volver una y otra vez sobre él. La proliferación de basura en la Tierra habla por sí misma e incluso el filtro de color amarillo-anaranjado que se aplica a la imagen sugiere que existe un grave problema climático en la forma de exceso de radiación ultravioleta. Incluso en el espacio, cuando Wall-E sale de la atmósfera terrestre agarrado a la nave que transporta a EVA, puede verse una inmensa cantidad de basura espacial.

Otro ejemplo de subtexto ecologista articulado sin moralina ni didactismo es la forma en que los guionistas nos dejan claro que Wall-E ha conseguido sobrevivir setecientos años gracias al reciclaje, recogiendo y almacenando piezas desechadas pero todavía útiles que le puedan servir de repuesto en un momento dado. Un asunto este del reciclaje que se ajusta perfectamente al propio estilo visual de la película, ya que Stanton, además de las películas mudas de Chaplin o Keaton, “recicla” hallazgos visuales de películas de ciencia ficción de los sesenta y setenta como “Cuando el Destino Nos Alcance” (ese aire tembloroso y anaranjado de la Tierra), “Naves Misteriosas” (algunas tomas del espacio, el diseño de varios robots) o “2001” (entre otras cosas, la representación visual del interior de la nave).

Pero más interesante que el mensaje ecologista resulta el que, al contrario que muchísimas
otras películas centradas en las relaciones entre humanos y máquinas –desde “2001: Una Odisea del Espacio” (1968) hasta la saga de “Matrix”-, “Wall-E” no crea una división maniquea entre ambos ni afirma terminantemente lo bueno que es ser humano y lo malas que son las máquinas, ni tampoco basa el clímax alrededor del triunfo de los primeros sobre las segundas. En lugar de ese sobado planteamiento, lo que encontramos son unos humanos vistos a través de los ojos de Wall-E. Y es aquí donde, aunque fuera publicitada en su momento como una dulce película ecologista, emerge el verdadero mensaje que subyace en “Wall-E”, uno que no puede ser más desesperanzador: la especie humana está condenada a la extinción y los robots heredarán nuestro planeta.

Vivir en baja gravedad durante generaciones ha convertido los cuerpos de los pasajeros del Axiom en masas sin hueso que se mueven con ayuda de sillas flotantes; comen y beben sin pausa comida basura y son atendidos en todas sus necesidades, inmediatamente y sin moverse, por robots; todos están permanentemente
conectados a una red virtual, sin entrar en contacto físico los unos con los otros y obedecen sumisamente a las llamadas a consumir que emiten los altavoces de la nave –fletada, recordemos, por la compañía BnL-. Es, en definitiva, una distopia consumista y los únicos personajes con los que el espectador puede verdaderamente conectar emocionalmente son los rebeldes robots que ayudan a Wall-E y EVA en sus intentos por conectar en la nave el modo “recolonización” y regresar a la Tierra, donde ellos puedan vivir felices.

Hasta tal punto llega la inutilidad de los humanos que el espectador no puede sino verlos como
unas infladas bolas de carne y grasa, mientras que los robots, aunque sus creadores no lo reconozcan, han pasado a ocupar el lugar de aquéllos como protectores de la especie y salvadores de la Tierra. Es un tema este por el que quizá sientan una especial afinidad en Pixar, una compañía que ha basado su éxito en la mecanización, en concreto la sustitución por ordenadores de una tarea tradicionalmente realizada a mano por seres humanos. Rara vez un film cuyo público mayoritario es infantil presenta un panorama más pesimista. Stanton declaró que la película exploraba cómo “el amor derrotaba a la programación”, pero las únicas criaturas que hacen buena tal afirmación son los propios robots. Los humanos no pueden superar la avaricia y pereza programadas por la sociedad de consumo que ellos mismos han creado: engordan más y más, se debilitan y se aíslan de su entorno. Lo único que cabe esperar de ellos es que sean reemplazados por sus trabajadoras y honestas creaciones mecánicas.

La película contiene muchas alusiones y guiños más o menos humorísticos a ese gran coloso de
la ciencia ficción cinematográfica que es “2001: Una Odisea del Espacio”: desde Auto, el piloto automático con un solo ojo rojo al “estilo” HAL 9000 hasta la música de “Así Habló Zaratustra” que suena cuando el capitán se aventura fuera de su silla flotante por primera vez. Pero ese juego referencial plantea también un interesante contraste entre ambos films. Stanley Kubrick vio al hombre del futuro como un ser deshumanizado por su tecnología y el poder de las corporaciones, mientras que HAL, que simbolizaba nuestros mayores logros técnicos, demostraba tener más pasión y sentimiento que sus operadores humanos. Wall-E no se aparta demasiado de esa idea, pero no ve esa suplantación de las máquinas como algo tan amenazador; de hecho, toma partido por éstas mientras que opta por dejar a los humanos en bastante mal lugar.

El guionista y director Andrew Stanton ve el problema desde un punto de vista diferente: no se trata tanto de que las máquinas se apoderen del mundo como de que la humanidad se recluya a sí misma dentro de una sociedad consumista en la que no tiene que hacer ningún esfuerzo, asumir ninguna responsabilidad ni preocuparse por tomar decisiones. Cuando, consecuencia de esa actitud, la Tierra queda sepultada por la basura, sencillamente la abandonan dejando que otros, las máquinas, se ocupen del problema. (Stanton tiene la ironía y el valor de no excluir a Pixar de los culpables de esa sociedad de lo desechable: entre la basura que rodea a Wall-E se puede ver un camión de Pizza Planet, el establecimiento ficticio que aparecía en “Toy Story”; y Wall-E ve sus películas en uno de los I-Pod que, naturalmente, fabrica Apple, fundada por quien también era dueño del estudio de animación, Steve Jobs. Por desgracia, Disney no se sintió aludida por el mensaje anticonsumista de la película y no tuvo reparo alguno en lanzar millones de unidades de figuritas de acción con la forma de Wall-E).

Ahora bien, tratándose de Pixar, la solución al problema de la dependencia tecnológica y la deshumanización de la sociedad tenía que ser menos desalentadora que la de Kubrick: al final, los pasajeros y tripulación del Axiom son capaces de reaccionar y salir de su estupor –inspirados por las máquinas-, alzarse sobre sus propios pies, caminar y permitir que las plantas vuelvan a crecer sobre la Tierra. Los extraordinarios créditos finales (realizados como una sucesión de escenas al estilo de los
diferentes estilos pictóricos de la historia del arte, simbolizando el avance simultáneo del arte y la reconstrucción de la civilización) nos dicen que hombres y robots trabajando juntos podrán devolver a la Tierra su antiguo esplendor y construir una utopía. Es un final inspirador y optimista y no creo que pudiera esperarse otra cosa de una película pensada para que la vieran millones de niños. Ahora bien, es poco coherente con todo el escenario que plantea la historia. Si uno se detiene a pensar un momento, se tiene la sensación de que los auténticos herederos del planeta serán sólo los robots. Wall-E y EVA son símbolos y pioneros de una nueva generación de seres autónomos e inteligentes, mientras que los obesos e inútiles humanos representan la vieja guardia, productos de un modelo de civilización insostenible.

Sí, los humanos han regresado a la Tierra, pero ya no pueden caminar y sus esqueletos han desaparecido. Literalmente, no pueden vivir en el planeta de sus ancestros. Además, no sabrían cómo. Son completos ignorantes acerca de cultivar comida –el capitán promete crear granjas donde crecerán “plantas de pizzas”-. ¿Cómo pueden siquiera pensar en reconstruir todo un ecosistema planetario? Y a todo esto se añade una historia que se cuenta
sólo parcialmente, pero cuyas consecuencias el espectador adulto y atento entenderá bien: en un flashback narrado como una videograbación del presidente de BnL, éste explica con voz dominada por el pánico que la “operación limpieza” ha fracasado, que la Tierra está tan contaminada que nadie puede sobrevivir. Así que los viajeros del Axiom deben “mantenerse alejados”. En otras palabras: toda la población de la Tierra ha perecido…excepto aquellos que pudieron permitirse pagar un pasaje en el “crucero de clase ejecutiva” de la BnL. Lo que queda de la especie humana, por tanto, son los estúpidos e inútiles descendientes de los millonarios de la Tierra de setecientos años atrás. Nadie más.

Es una idea descorazonadora a menos que se considere que los robots que vuelven a la Tierra
con los humanos y que de alguna manera pueden considerarse nuestros hijos, nuestros descendientes, sí conseguirán prosperar en ese entorno. Extraen su energía del Sol, pueden sortear el accidentado terreno lleno de basura gracias a sus ruedas o sistemas antigravitatorios y no tienen que preocuparse por la atmósfera tóxica porque no respiran. Incluso han formado una especie de comunidad tras reprograrmarse para ser autónomos y cuidarse los unos a los otros. No resulta difícil imaginar que, mucho tiempo después de que los supervivientes humanos del Axiom hayan perecido tras consumir los recursos restantes de la nave, los robots incluso serán capaces de recuperar el ecosistema original de la Tierra por el sencillo método de no ensuciar. Los robots, después de todo, no necesitan consumir y generar basura. De hecho, su supervivencia dependerá del reciclaje.

Por todo lo expuesto es por lo que, como decía al principio, “Wall-E” sí es una película de “cine familiar”. Los niños la disfrutarán como mero entretenimiento, riendo los gags y disfrutando de la acción y el carisma de los personajes. Pero difícilmente se pararán a pensar –puede que ni se den cuenta- en las oscuras advertencias que los adultos –al menos eso espero- sí captaran acerca de los peligros que acechan en el tipo
de sociedad que hemos creado. Es una película inteligente, más profunda de lo que a primera vista pudiera pensarse y en absoluto condescendiente con el espectador, sea cual sea su edad. “Wall-E” era quizá la película más madura y filosófica que Pixar había hecho hasta la fecha, sin por ello descuidar la belleza visual y la pericia narrativa.

No sólo es una obra maestra del cine familiar, sino que “Wall-E” cumple sobradamente con los dos principales requisitos de la mejor ciencia ficción: divertir y servir de fuente de reflexiones sobre nosotros mismos y nuestro destino.


6 comentarios:

  1. Una película maravillosa, es una pena que Pixar no haga más de estas maravillas. Tal como mencionas uno siente mucho más empatía por los robots que por la humanidad, encima a los sobrevivientes los dejan muuuy mal parados: sin nada más que hacer que comer, vagos, adictos a la televisión.
    A pesar de todos los gags y el gran final, no deja de picar un gustoa gridulce, es triste en gran parte de la cinta y luego la melancolía va gradualmente descendiendo. Una entrega de Pixar enormemente disfrutable

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  2. Una proeza filosófica para toda la familia, y un toque de atención para que no les dejemos un planeta enfermo y desolado a las generaciones futuras.

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  3. Ese toque melancólico de la película es admirable por ser una animación. Como siempre excelente trabajo señor Manuel.

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  4. Muy buena entrada. En efecto, me parece una pelicula increible, que te hace pensar incluso siendo adulto. Siempre discuto con mi mujer porque a ella no le gusta...

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  5. A vos no hay poronga que te venga bien, todas las peliculas tienen defectos, sos un pelotudo

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