jueves, 31 de octubre de 2013

1940- SLAN - A.E.van Vogt





La Teoría de la Selección Natural de Charles Darwin, según la cual la vida es el producto de la competición entre las especies por los recursos presentes en los ecosistemas que habitan, resulta fundamental a la hora de entender buena parte de la ciencia ficción. Así, el género está repleto de historias en las que dos tipos de seres inteligentes, a menudo humanos y criaturas alienígenas, compiten por los mismos recursos, ya sea agua, energía o espacio vital.
Pero existe otro aspecto de la Teoría de la Evolución que se aprovecha frecuentemente en las narraciones del género: la mutación. Los individuos que desarrollan una característica biológica diferenciada que les permite una mejor adaptación al medio, tienen más probabilidades de sobrevivir y procrear, transmitiendo dicha característica a sus descendientes. Con el tiempo, esa nueva especie acabará desplazando a aquella de la que originalmente provino. Por tanto, dado que la vida nunca permanece estable, sino que está inmersa en un constante proceso de cambio y adaptación, resulta lógico preguntarse cuáles serán los siguientes escalones en la evolución no sólo de nuestro planeta, sino de nuestra propia especie.




Y dado que la característica distintiva del ser Humano, su arma secreta en la batalla por la supervivencia, es la inteligencia, parece lógico suponer que la evolución y nuestra capacidad de adaptarnos a nuevos entornos, pase por un incremento de la misma. H.G.Wells en “La Máquina del Tiempo” dejó bien claro su pesimismo acerca de la posibilidad de supervivencia de nuestra inteligencia, pero su postura fue la excepción y no la regla. Aunque la mayor parte de las mutaciones que experimenta cualquier especie son malignas, en general los primeros escritores de ciencia ficción tendieron a plantear escenarios en los que el Hombre trascendía su propia naturaleza gracias al desarrollo de nuevas capacidades cerebrales.

A ello no fue en absoluto ajeno el interés que a finales del siglo XIX los intelectuales y científicos europeos y norteamericanos empezaron a sentir no sólo por la mente, sino por todo lo paranormal. En 1882, en pleno boom del ocultismo, uno de los fundadores de la Sociedad para la Investigación Psíquica acuñó el término “telepatía”. Los escritores de ciencia ficción (o “romances científicos”, como se conocían entonces) se lanzaron de cabeza a ese nebuloso charco en el que se mezclaba la Ciencia con la Parapsicología, y los telépatas no tardaron en ser invitados habituales de las revistas pulp.

Evolución, mutantes, lucha por los recursos, telepatía, superhombres… Todo podía fundirse fácilmente en historias en las que unos humanos de cerebros superpoderosos trataran de controlar el mundo, tema que ha formado parte de la ciencia ficción desde épocas muy tempranas. “Slan” es una de sus obras más representativas.

“Slan” es la historia de Jommy Cross, un joven perteneciente a una raza de superhumanos diseñados genéticamente en un laboratorio siglos atrás y cuyos miembros, conocidos como “slans”, tienen poderes telepáticos además de una inteligencia extraordinaria y unos reflejos hiperdesarrollados. El único rasgo físico que los distingue de los Homo sapiens son un par de protuberancias o pequeños cuernos en su cabeza y dos corazones.

Jommy y sus congéneres están siendo perseguidos y asesinados por los humanos “normales”, quienes los consideran peligrosos y responsables de una guerra sucedida hace décadas y de la que nadie parece guardar un recuerdo muy claro. La madre de Jommy es asesinada y él se convierte en un fugitivo, escondiéndose en el submundo criminal, acumulando conocimiento y desarrollando sus poderes. La peripecia del joven, quien se sabe la última esperanza de su especie, se bifurca en varias direcciones, entrando en el campo de la intriga política y la aventura espacial, para finalizar ensamblando los diferentes elementos con una “lógica” casi onírica, aunque sin rematar realmente nada

(Curiosamente, van Vogt nunca aprovechó la posibilidad de continuar la saga que él mismo se había ofrecido dejando un final abierto. Tal oportunidad la aprovechó, en 2007, Kevin J.Anderson con su novela “Slan Hunter” basada en un borrador del propio van Vogt).

Canadiense de nacimiento, Alfred Elton van Vogt comenzó su carrera literaria mientras ejercía ocupaciones tan diversas como camionero, bracero y oficinista. En Ottawa asistió a un curso de escritura, probó suerte con un relato y lo envío a un concurso organizado por la revista “True Story”. Recibió inspiración para su primera historia de ciencia ficción de la narración hoy ya clásica “¿Quién anda ahí?”, de John W.Campbell. Precisamente éste se convirtió en editor de “Astounding Science Fiction” en 1937, revista cuyas páginas se convirtieron en escaparate habitual para un veinteañero van Vogt.

En julio de 1939, “Astounding” publicó “El Destructor Negro”, su segunda historia. Inmediatamente, el relato se convirtió en el preferido por los lectores. No pasó mucho tiempo antes de que su fertilidad e imaginación le granjearan un puesto entre las figuras más relevantes de la Edad de Oro del género. Sus historias eran fácilmente reconocibles por su contenido aventurero y sus intrincados argumentos.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, van Vogt fue rechazado para el servicio militar pero
obtuvo, sin embargo, un trabajo en el Departamento de Defensa Canadiense en Ottawa. Durante seis meses pasó las tardes y los fines de semana escribiendo “Slan”, serializado en cuatro entregas en “Astounding Science Fiction” entre septiembre y diciembre de 1940.

A pesar de que “Slan” fue el segundo relato de Astounding más votado por los lectores en 1940, van Vogt no es uno de los autores más conocidos por el lector contemporáneo de ciencia ficción. De hecho casi se podría decir que se cuenta entre los más olvidados. Su nombre no evoca las asociaciones y la grandeza que despiertan los de Isaac Asimov, Robert A.Heinlein o Arthur C.Clarke. Ello obedece a varias razones. A comienzos de los cincuenta, dejó de escribir para pasar las siguientes dos décadas recomponiendo y reescribiendo sus obras anteriores. Cuando retomó la creación a finales de los sesenta, su momento había pasado. La ciencia ficción había experimentado muchos cambios, su nombre había estado demasiado tiempo fuera de circulación y, sobre todo, su estilo e ideas siempre habían sido demasiado excéntricas para el gusto general. Los críticos se dedicaron desde entonces a atacar sus escasas habilidades narrativas y sus argumentos incomprensibles.

Cierto, inevitablemente la mayor parte de sus historias han soportado mal el paso del tiempo, pero cuando se publicaron en su momento resultaron atrevidas y novedosas. Es literatura pulp, sí, pero de calidad. “Slan” fue una de las primeras historias largas en ser recopiladas en forma de novela (en 1946) por una editorial de renombre (Arkham Books, fundada por August Derleth), y su importancia para el desarrollo de la ciencia ficción en este periodo crucial de modernización del género no puede infravalorarse.

“Slan” es un buen ejemplo de todo lo que de bueno y malo tenía el personal estilo de van Vogt. Entre lo primero, el sentido de pura y directa aventura propia de los pulp, la emoción que destila la peripecia de sus personajes y el sentido de lo maravilloso que inspiró en sus lectores. Entre lo segundo se cuentan pasajes incomprensibles que difícilmente casan con el resto, se saca del sombrero a mitad de novela otra raza de slan sólo para olvidarlos luego, el protagonista pasa atropelladamente de un ambiente urbano a infiltrarse en una base marciana para terminar enterándose al final de una sorprendente e inverosímil revelación sobre el presidente asesino de slans. Todo tiene una cualidad alucinada, irreal.

Ello es consecuencia directa de su técnica, en absoluto sencilla, lineal o siquiera racional. Van
Vogt no escribía ordenados relatos insertos en un universo compartido, como la Fundación de Asimov o la Historia del Futuro de Heinlein. En lugar de ello, se preguntó: ¿qué constituye la verdadera superioridad, la auténtica madurez? Y ¿cómo podría llegar la Humanidad hasta ahí? Luego dedicó buena parte de su obra a tratar de responder a la pregunta desde diferentes ángulos. “Slan” fue uno de ellos.

El propio van Vogt afirmó: “Mi trabajo ha sido hasta cierto punto invalidado por críticos decididos a forzar la inclusión de técnicas extendidas y corrientes en la ciencia ficción, pero tendremos que esperar para ver quién gana a largo plazo. Yo apuesto por el método de presentar la ciencia mediante escenas ficticias y la realidad extemporánea que discurre bajo el proceso onírico”. El propio John W.Campbell, defensor ortodoxo de la lógica y el sustrato científico de los relatos que editaba, quedó seducido por la audacia de las visiones de van Vogt. Años más tarde, le diría a otro escritor: “Ese desgraciado era mitad místico, y como muchos místicos daba con ideas sólidas sin tener que seguir ningún método racional”.

Sus métodos de escritura superaban con mucho lo ordinario. Junto con su poco convencional autodidactismo y su opinión sobre la naturaleza aún inconclusa del Hombre, su forma de escribir es la tercera característica que lo diferenciaba de sus compañeros escritores de “Astounding Science Fiction”.

Por ejemplo, van Vogt no se dejaba ninguna idea en el tintero. Introducía, aunque fuera con calzador, todo lo que se le iba ocurriendo; no planeaba nada, no pensaba en el final ni en su desarrollo, sino que comenzaba por una idea que le parecía interesante y partía desde ella hacia lo desconocido. Por otra parte, y aunque suene extraño, “programaba” sus periodos de sueño para hacer avanzar la historia. Ajustaba el reloj para que le despertara por la noche, pensaba en la historia un rato y luego se volvía a dormir. Repetía el proceso al cabo de un par de horas y así hasta el amanecer. Según decía: “En general, ya fuera durante un sueño o a las diez de la mañana siguiente, ¡Bang! Llegaba una idea; y aunque no fuera muy lógica, hacía crecer la historia. He conseguido mis relatos más originales de esa forma; esas ideas hacen que la historia sea diferente cada diez páginas. En otras palabras, creo que no hubiera sido capaz de obtenerlas mediante la razón”. No puede extrañarnos que tan peculiar escritor haya sido una de las influencias reconocidas de Philip K.Dick en lo que a complejidades argumentales e impacto emocional se refiere.

“Slan” es el resultado de este heterodoxo sistema de trabajo y así hay que leerlo. A veces es
borroso, a veces emocionante, algunas veces desesperante… y, sin embargo y al final, uno no puede sino reconocer su originalidad, espíritu provocativo e incluso brillantez.

“Slan” es, sobre todo, aventura, sí, pero tiene también una sutil lectura religiosa. Para muchos autores de ciencia ficción, la religión era/es algo peligroso y tendente a despistar a sus débiles adeptos del camino de la Razón y la Ciencia. Pero muchos de ellos, al mismo tiempo y ya fuera voluntariamente o no, lanzaban el mensaje en sus historias de que nosotros, los “mundanos” debemos ser salvados por los tecnócratas. Y la figura del salvador, del individuo que pena, se sacrifica y sufre por nuestros pecados pero que continúa adelante hasta abrirnos la puerta a un nuevo mundo, es algo inherente a la religión occidental. Jommy Cross se ajusta a ese estereotipo, un individuo sabio y poderoso, que a pesar del odio y la persecución de la que es objeto, no sólo no guarda resentimiento sino que pretende convertirse en catalizador del próximo avance evolutivo de la Humanidad.

A ese matiz espiritual se une otra cuestión. Como suele pasar en las historias de superhombres mentales, hay un problema que van Vogt tampoco puede resolver: ¿podría un simio contar la historia de un hombre? ¿Sería capaz de entender lo que pasa por su cabeza? Así que, ¿cómo un Homo sapiens puede narrar la historia de una persona con capacidades cerebrales que él no puede ni imaginar? Los escritores de ciencia ficción y el público en general estaban por entonces familiarizados con los experimentos que el botánico reconvertido en parapsicólogo J.B.Rhine había estado llevando a cabo en el Laboratorio de Parapsicología de la Universidad de Duke. Van Vogt optó por la telepatía como medio para intentar solventar la cuestión, asimilándola por analogía a la vista, el oído y el tacto. Así, el superhombre puede ser entendido como un Homo sapiens en todo punto ordinario excepto en su habilidad para leer los pensamientos ajenos. Van Vogt llega incluso más lejos, declarando que la telepatía no es un paso evolutivo, sino una capacidad que todos los humanos tenemos, aunque aletargada.

Y precisamente esta línea de pensamiento era una de las cosas que defendía la teoría inventada
por su compañero de profesión L.Ron Hubbard, la Dianética. Van Vogt entró en contacto con ella cuando se mudó con su mujer a Los Ángeles en 1944. Aunque nunca llegó a involucrarse plenamente en el culto religioso hacia el que evolucionó aquélla, la Cienciologia, su simpatía hacia la misma demuestra su interés gnóstico por lo espiritual, por el “Gran Significado”, que discurre como subtexto de muchas de sus narraciones y que en una etapa posterior de su carrera hallaría más clara expresión en sus obras.

La descripción que van Vogt ofrece de la actitud de la humanidad hacia una raza diferente y superior, aunque no completamente nueva (recordemos “El alimento de los dioses”, “La Maravilla de Hampdenshire” o “Juan Raro”), sí resultó especialmente apreciada por unos lectores cada vez más conscientes de pertenecer a una comunidad, la de aficionados a la ciencia ficción. De hecho, muchos fans tomaron la palabra “slan” como metáfora para su propio sentimiento. Los “slan-CF fan” son jóvenes con el poder de dioses, perseguidos-marginados por una sociedad que les teme por su brillantez e inteligencia aun cuando, en realidad, son ellos los verdaderos aspirantes a amos del mundo.

Ese sustrato ha continuado alimentando hasta hoy todo tipo de novelas, películas y comics. Vulcanianos, Espers, los PsiCorps de “Babylon 5” o el Profesor Xavier y sus X-Men son todos, en mayor o menor medida, hijos de los superhombres imaginados por los escritores de la ciencia ficción primitiva y, sobre todo, de “Slan”.

3 comentarios:

  1. Slan es una novela perdurable en muchos sentidos. Me gusta A. E. van Vogt y es difícil olvidar según qué historias, como por ejemplo El mundo de los no-a o El viaje del Beagle Espacial, precursora de Star Trek y Alien el octavo pasajero.

    Un cordial saludo

    ResponderEliminar
  2. De la trilogía "sagrada" de la ciencia ficción clásica, Asimov, Heinlein y Van Vogt, éste es el que menos me convence, aunque reconozco su originalidad y heterodoxia. De todas formas sus novelas, ya sea porque no supieron envejecer bien o porque no tuvieron la calidad suficiente -y también porque Van Vogt descuidó su propia carrera durante años- sus novelas no han permanecido en el corazón de los aficionados como las de los autores antes mencionados.

    Un saludo y, como siempre, gracias por opinar.

    ResponderEliminar
  3. Esta es una de esas novelas clásicas de la ciencia ficción que aparecen mencionadas por todos lados pero que luego resultan decepcionantes. La idea está muy buena, el mundo que describe es evocador, pero el desarrollo de la historia y los personajes deja mucho que desear.

    ResponderEliminar