miércoles, 17 de octubre de 2012

1971-EL ÚLTIMO HOMBRE...VIVO - Boris Sagal




El cine había tardado demasiado en responder al clima de inquietud social que se vivía en Estados Unidos desde la segunda mitad de los sesenta. Fue necesario el inesperado éxito de una película independiente como “Easy Rider” (1969) para que los ejecutivos de los grandes estudios se dieran cuenta de que había un público ávido de ver reflejados en la pantalla sus temores y esperanzas. La ciencia ficción no era ajena a ello y así a comienzos de la década de los setenta ya se había agotado el impulso que películas como “2001 Una Odisea del Espacio” (1968) o series televisivas como “Star Trek” (1966) habían dado a la aventura interestelar. Aquel falso amanecer que apuntaba a los optimistas temas del descubrimiento de vida alienígena y la supertecnología benévola quedó ensombrecido por la recesión económica, la guerra del Vietnam, el escándalo Watergate y una hiriente división social.

“El Planeta de los Simios” (1968) había inaugurado una era en la que la que los finales felices no tenían por qué ser la norma. De hecho, con el inicio de la nueva década, los temas recurrentes de las películas de CF se tiñeron de pesimismo e introversión. De escenarios de amplias miras en los que se contactaba con una inmensa variedad de seres extraterrestres se pasó a historias que no abandonaban la Tierra; una ciencia y tecnología sobre las cuales se apoyaba el inagotable desarrollo hacia futuros cuasiutópicos se transformaron en disciplinas fuera de control que ponían al borde del precipicio no sólo a la Humanidad sino al propio planeta. Los miedos tecnológicos que dieron lugar a las películas de científicos locos de los años treinta y a las de monstruos de los cincuenta, se ampliaban ahora para dar cuenta del ocaso y caída de la civilización humana.

En unos cuantos años, gracias a gente como George Lucas o Steven Spielberg, se recuperaría la visión luminosa de la ciencia-ficción, pero por lo pronto las pantallas las dominaban cintas tan oscuras como “Naves Silenciosas”, “La amenaza de Andrómeda”, “La fuga de Logan”, “Cuando el destino nos alcance” o la que ahora comentamos, “El último hombre…vivo” (el título original era el bastante más elegante “The Omega Man”). Charlton Heston, que una década antes se había convertido en el símbolo de los films épicos de Hollywood, se transformó en el icono de esa nueva era dentro de la CF cinematográfica. Tras “El Planeta de los Simios”, protagonizó esta película, en la que se enfrentaba a violentos mutantes en un escenario postapocalíptico.

Teóricamente, esta película está basada en la novela de Richard Matheson y clásico imprescindible del género “Soy Leyenda” (1954), pero lo cierto es que las licencias que se toma son tantas y de tal calibre que apenas merece el nombre de adaptación. En 1975, una guerra biológica entre Norteamérica y Rusia ha acabado con casi toda la humanidad. Los supervivientes se han convertido en una especie de mutantes albinos de aspecto repulsivo que no toleran la luz solar. Robert Neville (Charlton Heston) es un antiguo científico militar que trabajaba en una vacuna y que a resultas de un accidente quedó inmunizado a la enfermedad. Es el último hombre que merece tal apelativo.

Por el día vagabundea por las desiertas calles de Los Ángeles, sintiéndose una suerte de rey sin
súbditos y haciendo todo aquello que se le antoja. Por la noche, se encierra en su casa/fortaleza y rechaza los intentos de asalto de los mutantes, que se han organizado en una especie de culto religioso liderado por Matías, un antiguo presentador televisivo que ahora, tras su transformación merced a la plaga, predica la destrucción de todo aquello que recuerde al pasado civilizado.

Neville acaba encontrando un pequeño enclave de supervivientes que han huido al entorno, comienza una relación sentimental con una de ellos, Lisa (Rosalind Cash) y empieza a trabajar en un suero que protegerá a sus nuevos compañeros de la enfermedad y les permitirá, con el tiempo, repoblar el planeta.

Como en muchas películas de la época, el final no puede ser calificado de feliz. Aunque consigue fabricar suficiente suero como para proteger a lo que resta de la raza humana, en el clímax de la historia, Neville es asesinado con una lanza y la gente de la noche queda libre para continuar su siniestra misión de erradicar cualquier resto del pasado.

“Soy Leyenda” fue objeto de interés por parte de los cineastas desde poco después de su publicación. La Hammer invitó a Matheson a Inglaterra en 1957 para trabajar en el guión de una adaptación que se titularía “Criaturas Nocturnas”, pero desavenencias con la censura dieron al traste con el proyecto. Hammer Films vendió los derechos a Robert L.Lippert, que colaboró con otro guionista en lo que acabaría siendo “El último hombre sobre la Tierra” (1964), una producción italiana protagonizada por Vincent Price. Esta versión intentó ser fiel al libro pero las carencias de presupuesto la lastraron tanto como sus deficiencias argumentales. Matheson renegó de ella –aparece en los créditos oculto tras el seudónimo de Logan Swanson- esperando tener más suerte en la próxima ocasión. Tampoco pudo ser.

Porque “El último hombre…vivo” carece completamente de la sugestión terrorífica de su referente
literario. Para empezar, los zombies vampíricos de éste son sustituidos por unos ridículos hombrecillos encapuchados, con caras albinas vagamente inquietantes y ataviados con gafas de sol. ¿Eran acaso los vampiros considerados como productos de serie-B? Su transformación en un culto violento estuvo sin duda inspirado por la fascinación morbosa que despertó en la opinión pública el reciente caso de Charles Manson, cuyos allegados se autodenominaban La Familia, al igual que los mutados de la película. No sólo es que no den miedo, es que resulta inverosímil la suma facilidad con la que Heston se los quita de en medio, ya sea en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo o bien manteniéndolos a raya para que no entren en su casa. Igualmente absurda es la casi instantánea transformación de Lis no ya en mutante, sino en miembro del culto. ¿Es que acaso ambas cosas están genéticamente relacionadas?

La cura del virus resulta ser algo tan sencillo como extraer suero a partir de la sangre del protagonista
por lo que el logro de la misma carece de dramatismo alguno. Quizá la mayor traición a la novela de Matheson sea que el tratamiento psicológico de Neville no tiene el menor desarrollo. En la novela Neville es un individuo desencantado, pesimista y atormentado por graves problemas psicológicos; Heston, en cambio, encarna a un simple héroe de acción, un “duro” que no transmite aislamiento ni soledad, ni mucho menos desequilibrios mentales por mucho que tuerza el gesto al ver posters de chicas o mantenga charlas socarronas con un busto de Julio César que guarda en casa mientras juega al ajedrez contra sí mismo.

El mensaje último de la película, a diferencia de lo que ocurría en la novela, es ambiguo: la ciencia se presenta primero como instrumento del apocalipsis en la forma de armas biológicas pero luego es gracias a ella que se puede hallar la solución al problema. A diferencia del libro, Neville aparece siempre como el héroe que no se equivoca en sus apreciaciones morales. En un cine solitario, se sienta a ver la película de “Woodstock” burlándose con sarcasmo de los lemas hippies, pero luego está dispuesto a formar parte de una nueva “comuna” de supervivientes que recuerda mucho a las que proliferaron por aquellos años entre los “niños del amor”. Eso sí, su guerra contra los mutantes encapuchados -representantes de la contra-cultura fanatizada- está más que justificada y los guionistas –quizá a sugerencia del reaccionario Heston- no dudan en dejarlo bien claro: cuando el hijo de Lisa (Eric Laneuville) trata de convencer a los mutantes para llegar a un acuerdo con Neville, la única recompensa que obtiene su inocencia es un asesinato brutal.

La película trata de incorporar algo del conocido final de la novela en la escena en la que Matías le dice a Charlton Heston: “Has matado a tres de nosotros. Eres tú, Neville, el ángel de la muerte”. Sin embargo, es una frase aislada, casi casual, que carece de la siniestra ironía que destila el momento equivalente del libro en el que Neville se da cuenta de que se ha convertido para los vampiros en el monstruo que tradicionalmente aquéllos eran para el hombre.

A pesar de la debilidad argumental y los saltos de ritmo, “El último hombre…vivo” cuenta con
algunos aspectos positivos que merece la pena destacar. En la primera parte de la película, el director Boris Sagal realiza un trabajo competente en la construcción de una atmósfera de aislamiento y soledad, mostrándonos a un Charlton Heston conduciendo por las desiertas calles de Los Ángeles (“efecto” nada fácil de crear en la época anterior al mundo digital) utilizando tomas panorámicas aéreas de una ciudad muerta; o a través de la escena en la que Heston estrella el coche y se mete en un concesionario para coger otro; o aquella en la que en su delirio imagina el ensordecedor sonido de los teléfonos… no es una trasposición literal de lo que Matheson describe en el libro pero sí comparte su espíritu.

También podemos mencionar el hecho de que la chica, Lisa –aunque presentada a la media hora de comenzar el film mientras que su papel en el libro solo tiene lugar muy hacia el final- sea interpretada por una actriz negra, Rosalind Cash, en lo que constituye una de las primeras relaciones sentimentales interraciales que pudieron verse en una película americana.

La historia se derrumba tras la presentación de la comunidad de supervivientes, cayendo en una fantasía hippie muy apegada a su tiempo. Los guionistas también introducen una imaginería religiosa muy poco sutil, con alegorías bastante torpes que tratan de relacionar a Jesucristo con el protagonista: éste vierte su sangre –literalmente- para preservar a la Humanidad-; la película incluso termina con un mesiánico Neville sacrificando su vida para salvar al mundo, contorsionado en una pose de crucifixión con una herida de lanza en su costado. Otra figura bíblica con la que se relaciona el personaje –y que fue también interpretada por Heston dos décadas atrás- es Moisés: como el barbudo liberador judío, Neville posibilita que su pueblo –reducido a un puñado de niños- tenga la posibilidad de construir un nuevo mundo, aunque él mismo muera antes de que se haga realidad.

Woodstock, fanáticos contraculturales, un motorista escapado de Easy Rider (encarnado por Paul Koslo), el poder negro representado por Rosalind Cash… En años venideros, el mundo post-apocalíptico pasaría a adoptar la imaginería del western (recordemos “Zardoz” o “Mad Max”), pero el Verano del Amor y sus ideas comunales aún estaban fuertemente impresas en la sociedad americana del momento, tal y como refleja la película. En “El último hombre…vivo”, la esperanza del futuro tras la caída de la civilización descansa en los marginados y las figuras que han abandonado las ciudades para no contaminarse.

De las tres películas de CF que en estos años apoyaría y protagonizaría Charlton Heston (las otras
dos, ya lo dijimos, fueron “El Planeta de los Simios” y “Cuando el destino nos alcance”) esta es con diferencia la peor. Tampoco es que posteriores intentos de llevar “Soy Leyenda” al cine se hayan saldado con resultados plenamente satisfactorios. Desde mediados de los setenta se anunciaron otros proyectos relacionados con el guión –uno de ellos, según se anunció, dirigido por Ridley Scott y protagonizado por Arnold Schwarzenegger y otro por Michael Bay) pero jamás se llegó siquiera a la etapa de producción. Hubo de esperarse hasta 2007 para que se estrenara “Soy Leyenda”, dirigida por Francis Lawrence y con Will Smith en el papel principal. En lugar de basarse en la novela, cometió el error de tomar como referencia a “El último hombre…vivo”. El último de la lista por el momento fue “I Am Omega” (2007), dirigida por Griff Furst, una película barata y totalmente prescindible que trataba de aprovecharse del tirón de la cinta de Smith y plagiar la misma historia.

El que casi sesenta años después nadie haya sido capaz de realizar una adaptación fiel de la novela de Matheson, o bien dice muy poco del talento de los guionistas –y del público- de la industria de Hollywood, o bien mucho del talento del escritor al concebir una obra muy visual y aparentemente cinematográfica pero cuya densidad conceptual y psicológica la hacen casi intraducible al lenguaje del celuloide.


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